Qué duda cabe de que los alumnos superaron al maestro, pues aun con diez óperas a su haber, Amilcare Ponchielli es recordado hoy por la única obra de su autoría que todavía se representa en los escenarios del mundo, la ópera La Gioconda, drama lírico en cuatro actos con libreto basado en una obra en prosa de Victor Hugo, recibida con entusiasmo para su estreno en La Scala de Milán en 1876, y devenida en un éxito deslumbrante en 1880 en el mismo teatro, luego de numerosas revisiones. Con todo, la obra recogía el último aliento de un universo musical en retirada ante el avance del estilo que se conocerá como verismo, que va a dar al tacho con los héroes mitológicos y las ambientaciones fantásticas, y que liderarán precisamente sus pupilos Mascagni y Puccini.
La audiencia de 1880, es cierto, ya comenzaba a cansarse de obras no exentas de cierta vulgaridad a las que por lo mismo había que adicionar algún elemento extra al desarrollo de la historia dramática, haciendo participar a los actores y cantantes en plan de público de algún espectáculo que ocurría, con más o menos artificio, en el plano de realidad de la historia contada. A esta necesidad responde, creemos, la inclusión de un ballet al final del tercer acto de La Gioconda, la popular Danza de las Horas, que la película Fantasia de Walt Disney se encargó de hacer todavía más célebre, aun cuando –o precisamente a raíz de ello– se trató de una parodia que tiene como danzantes a hipopótamos, avestruces, lagartos y elefantes con tutú.
No hay comentarios:
Publicar un comentario