Con la música clásica pasa un
poco como con la alimentación. Igual que llamamos danones a los yogures, caseras a las gaseosas y nocillas a las cremas de cacao y avellanas, hay ciertos
géneros o formatos que están indeleblemente asociados a un compositor concreto,
que tuvo el tino de dar con el ejemplo que la gente de a pie, por abrumadora
mayoría, acepta como paradigmático (vamos, el que conoce todo el mundo). El
bolero de Ravel. El minueto de Boccherini. La marcha nupcial de Mendelssohn. El
canon de Pachelbel.
Y el adagio de Albinoni, por
supuesto, lo que me parecería de perlas salvo por un pequeño detalle: no fue
compuesto por Albinoni. Pero cuidado, no es el clásico rollo de “músico famoso
y rico pero mediocre que vampiriza a un pobre genio que no tiene donde caerse
muerto”. Es mucho más surrealista, porque aunque en un cierto sentido hay
plagiador y plagiado, el plagiado vivió dos siglos después del plagiador.
La historia arranca al final de
la Segunda Guerra Mundial, cuando los aliados arrasan con sus bombardeos la
ciudad de Dresde, destruyendo la Biblioteca Estatal de Sajonia y, con ella, un
gran número de valiosos documentos, entre ellos diversos manuscritos de
Albinoni sin publicar.
Antes de eso, no obstante, algunas
de estas obras habían sido catalogadas por un respetado musicólogo italiano
llamado Remo Giazotto, autor también de una biografía de Albinoni. En 1958,
sensacionalmente, Giazotto registró una composición titulada “Adagio in sol
minore per archi e organo, su due spunti tematici e su un basso numerato di
Tomaso Albinoni”, publicitándola como una “adaptación” del segundo movimiento
de una sonata a trío que supuestamente habría formado parte de la colección de
Dresde. Según declaró Giazotto, su reconstrucción se basaba en un fragmento con
los pentagramas del bajo y seis compases de la melodía que de algún modo había
escapado de la destrucción y que los bibliotecarios de Dresde le habían hecho
llegar tras el final de la guerra.
Todo muy
romántico, la verdad. En parte por esto, pero sobre todo por su conmovedora
belleza, la obra se hizo enseguida muy popular (y eso que entonces no se
conocía eso de los videos virales en internet). Buena prueba de lo que digo es
solo cuatro años más tarde ya apareció en la banda sonora de dos películas, una
de ellas nada menos que. El proceso de Orson
Welles.
Pero algo no encajaba. Otros
musicólogos también habían examinado los papeles de Albinoni antes de los
bombardeos y nadie sabía nada de esa presunta sonata; y lo que es peor, desde
Dresde llegó un desmentido oficial aclarando que no existía ningún registro del
supuesto fragmento, que por otra parte Giazotto nunca exhibió públicamente. Así
que al final se concluyó que todo era un hábil montaje publicitario y que el
adagio era responsabilidad exclusiva del musicólogo. Pero ahora viene lo mejor:
tras su muerte su asistente personal halló entre sus papeles una fotocopia, con
remite de Dresde, de los famosos pentagramas perdidos que, bingo, aparecen
efectivamente en la partitura del adagio.
De modo que
en resumen: Giazotto dijo la verdad desde el principio pero no desmontó las
acusaciones de montaje, pudiéndolo haber hecho, quizás por pura vanidad, quizás
para reclamar con más autoridad unas inesperadas ganancias por los derechos de
autor (bien merecidas, por otro lado, porque gran parte del mérito de la
composición es indudablemente suya).
A todo esto,
me diréis, ¿existe algún adagio compuesto realmente por Albinoni? Vaya si
existen:
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